sábado, 19 de noviembre de 2011

Espíritu y Materia - Ensayo

Espíritu y Materia

Introducción

Por su cuerpo el hombre es una parte del universo, sometido a las leyes necesarias que rigen la materia. Por encima de la pura materia, el hombre posee además una vida fisiológica o vegetativa, inconsciente, que hace de su cuerpo una unidad orgánica, en que las fuerzas físico-químicas aparecen ordenadas y dirigidas al bien del todo por un principio vital; el cual, por eso mismo, es esencialmente superior a la materia, bien que a la vez esencialmente dependiente de ella. En efecto, la vida fisiológica es un ordenamiento de las fuerzas materiales físico-químicas, inexplicable por ellas mismas, desde que aparecen subordinadas a un fin superior, ordenadas por ¡in principio intrínseco vital como partes subordinadas al bien del todo. Por eso, una unidad orgánica en que todas las partes se subordinan al bien del todo, implican un principio vital irreductible a la sola materia. Pero a la vez este principio depende esencialmente de ella, ya que no puede operar sino dirigiendo las fuerzas materiales a su fin superior, en que ellas actúan como parte de un todo.

Desarrollo

La vida consciente de los sentidos

Más arriba de esa vida fisiológica, aparece otro tipo de vida esencialmente superior a ésta y que no puede explicarse como un fruto de la misma: la vida consciente de las sentidos.

En efecto, el conocimiento es la aprehensión del ser distinto del propio y en cuanto distinto u objetivo, de una manera enteramente diferente y hasta opuesta a la manera de recepción material, por pura Pasividad o yuxtaposición. El conocimiento es la aprehensión de otro en cuanto otro u objeto en el seno del acto sujetivo, de una manera consciente o tomando conciencia del ser del otro y del ser propio. La conciencia y el conocimiento suponen el sistema nervioso y la vida vegetativa, sin los cuales no pueden darse. Sin embargo, es algo esencialmente superior a esa vida inconsciente del sistema nervioso. No se puede pasar por grados de lo inconsciente a lo consciente: la conciencia no se presenta como un perfeccionamiento de la vida fisiológica, hay un hiatus entre las dos. Querer explicar la conciencia por el sistema nervioso, advierte Bergson, equivaldría a querer explicar la comunicación del pensamiento y emociones de dos interlocutores telefónicos, por los cables y la corriente eléctrica, porque sin ellos es imposible esta comunicación a distancia. La conciencia y el conocimiento es algo enteramente nuevo y totalmente otro de la vida fisiológica de tal manera que no puede reducirse a ésta, aunque necesite de ella como de su instrumento, como en el caso de los dos que hablan por teléfono.

Esta vida comprende la aprehensión de los seres materiales concretos por la intuición de los sentidos externos y la reproducción y combinaciones de los mismos por los sentidos internos., a la vez que el apetito o tendencia hacia los diversos seres o bienes externos, también concretos, relacionados con la conservación del individuo y de la especie, que incluye los sentimientos sensibles de lo agradable y desagradable, de atracción y repulsión, etc. La vida de los sentidos, si bien proviene e indica un principio superior de vida consciente, irreductible a la materia y, por eso, se desenvuelve en el nivel de la conciencia y conocimientos y del apetito con una gran riqueza de posibilidades y una amplia espontaneidad, sin embargo, tal vida se realiza y depende constante y causalmente de los órganos y, como tal, está sujeta al determinismo causal, propio de la materia. Procediendo, bajo la dirección de un conocimiento, de un principio intrínseco y espontáneo, la actividad apetitiva de la vida animal, con la cual este ser actúa sobre el mundo en razón de su conservación individual y específica, está sujeto a leyes necesarias: procede de un modo tal que no podría. Proceder de otro modo. Lo que sucede es que esta necesidad no es violenta o contraria a la naturaleza del ser, ni siquiera es rígida, como la de las leyes físicas o químicas, ni siquiera como las leyes biológicas; el lazo que vincula necesariamente el apetito con el bien excitante, a través del conocimiento sensible, es muy amplio y permite una realización concreta muy variada, con muy diversos matices, de acuerdo a las circunstancias diferentes, precisamente por la riqueza. del principio causal del que proviene. Piénsese en la diferencia que media entre la necesidad de la ley de la gravedad -la caída de una piedra- con el vuelo de un pájaro en busca de alimento y que va sorteando los diversos obstáculos en si¿ camino y determinado a la vez por uno u otro bien excitante, todo lo cual hace cambiar el vuelo en diferentes direcciones. Sin embargo, esta espontaneidad del pájaro, no llega a ser libertad. "La cadena del determinismo, dice hermosamente Bergson a Propósito de la vida vegetativa y sensitiva, se alarga Pero izo se rompe."

La vida y el mundo de la persona

Por su espíritu -a través de su actividad que aprehende o apetece el ser el hombre no sólo es, como son las demás cosas, sino que por la inteligencia sabe que es y que las cosas son y es capaz de de-velar lo que las cosas son se posesiona de sí y de las cosas por la conciencia y el conocimiento intelectivo; al par que por su voluntad libre es capaz de transformar y posesionarse de su propia actividad libre para hacerla buena -o mala- como humana y, a través de ella, puede transformar y posesionarse de la actividad sensible y de su propio cuerpo para hacerla buena y también puede transformar las cosas exteriores para convertirlas en útiles y bellas y hacerlas servir a su propio bien humano. Además desde los seres finitos ,v contingentes, también del propio, puede llegar a conocer a Dios, como su Causa primera necesaria y su Fin o Bien supremo y de-velar desde El sus exigencias sobre el hombre en forma de normas y obligaciones morales, que actúan sobre su libertad y conducta para ordenarlas a ese Fin y hacerlas específicamente buenas.

Todo este ámbito de la actividad técnica y artística, moral y científica, filosófica y religiosa, constituyen el mundo de la cultura o humanismo, el mundo exclusivo de la persona, con sus derechos y deberes que de esa situación dentro del ser del mundo y frente al Ser de Dios se derivan; mundo en el cual y con el cual ella encuentra el camino de su perfeccionamiento en dirección a su plenitud, más allá de la muerte, con la posesión del Bien infinito, el camino para vivir y desarrollar armónicamente su vida propia de persona.

Las tensiones del espíritu y la materia a través de la historia de la filosofía

Frente a esta rica complejidad de vida y ser del hombre, frente a esta dualidad de vida consciente animal y espiritual, procedente de dos principios inmediatos esencialmente distintos e irreductibles, pero de una unidad sustancial y personal, surge la tentación y el peligro de considerar únicamente uno de esos principios con exclusión del otro y de querer explicar y reducir el uno por el otro. Se puede mostrar cómo esas dos tendencias, excluyentes o absorbentes la una de la otra, se han dado y repetido frecuentemente a través de la historia de la Filosofía desde sus orígenes hasta nuestros días.

Desde Parménides a Platón, desde Descartes y Leibnitz a Malebranche y Espinoza, desde Fichte y Schelling hasta Hegel, desde Croce y Gentile hasta Lavelle, Husserl y Max Scheler, por caminos y sistemas muy diversos, se advierte una concepción preponderantemente espiritualista del hombre, en que su vida y su ser son considerados y reducidos exclusiva o casi exclusivamente al espíritu con desmedro y hasta con la negación del psiquismo inferior y del cuerpo, al que en algunos casos se lo llega a presentar como un principio enemigo del espíritu y del hombre, como acaece en Platón y en el Maniqueísmo. Por el otro extremo, desde Empédocles hasta Demócrito, desde los Sofistas hasta los Académicos y Pirrónicos, desde Locke y Berkeley hasta Hume, desde Wunt y Fechner a Comte, Taine y Spencer, el hombre es considerado sólo como un animal más perfeccionado, toda la vida espiritual quiere ser explicada por sus aspectos psicofísicos y, en la mayor parte de los casos, por la sola actividad corporal.

La verdad es que es fácil caer en uno u otro extremo, dada la infinita relación, dependencia y unidad sustancial de ambos psiquismos, según que uno se ubique en uno u otro para considerar al hombre exclusivamente desde él.

La concepción materialista de Marx

Pero indudablemente la, tentación y el peligro actual y el del Materialismo de supresión del espíritu y aún de todo principio superior a la materia y la absorción y explicación del hombre V de su vida espiritual por su psiquismo inferior y éste a su vez por la sola materia. Tal es el caso de Marx y de Freud.

El desarrollo de las Ciencias fisicoquímicas, biológicas y psicológicas, la observación de si¿ constante dependencia de la materia, ha conducido a numerosos investigadores a suponer que toda la vida humana es fruto de la materia y de su evolución. Así cuando se descubre la relación entre ciertas funciones de la inteligencia y determinadas partes del cerebro, se afirma que éste o tal región del mismo es el órgano de la inteligencia, olvidando que por la amplitud y naturaleza de su objeto la inteligencia es espiritual y que tal relación de dependencia debe buscarse en la subordinación en que la inteligencia se encuentra, en razón del objeto, respecto a la imaginación; la cual, sí, como sentido interno depende causalmente del órgano, en este caso del cerebro. La misma relación en que se encuentra la mayor o menor inteligencia con la más rica o menos rica conformación cerebral, debe buscarse por ese mismo camino: una conformación cerebral más perfecta es causa de una más rica imaginación y memoria sensitiva, que condiciona, en razón de su objeto, un enriquecimiento de la vida intelectiva.

Cuando Marx afirma que el hombre consiste en una "necesidad material de comer beber y engendrar" y que, por ende, todo depende de la economía o, mejor, de la posesión de los medios de la producción para lograr la posesión de los bienes que sacian tales necesidades, sólo tiene en cuenta el aspecto material del hombre, y olvida y desconoce las necesidades del espíritu: de la verdad, de la justicia, del bien, de Dios y de muchas otras cosas más. El error de Marx no está tanto en afirmar la importancia de lo económico para la vida humana, para la vida corporal y, desde ella, también para la espiritual en cuanto ésta depende de aquella; sino en la unilateralidad y exclusivismo de su afirmación: en querer hacer depender toda la vida humana, individual y social de lo económico y de la posesión de los bienes de la producción y en querer hacer depender de estos bienes las manifestaciones más puras del espíritu -como la Evangelización, las obras de caridad de los misioneros, etc.- y todos los acontecimientos históricos, aún los realizados con absoluto desinterés, generosidad y puro amor. La verdad que encierran las afirmaciones de Marx, a cansa del aspecto material que acompaña siempre las manifestaciones todas de la vida del hombre, resultan distorsionadas y terminan en una burda falsedad, alejada de toda realidad, cuando ellas quieren negar lo espiritual y pretenden explicar las manifestaciones del espíritu por la sola materia y los bienes de la producción. Bastaría recordar el solo hecho de la vigorosa supervivencia de la religión en Rusia y otros países comunistas, después de más de cincuenta años del régimen y persecución religiosa, sin ningún motivo económico válido, para comprender el absurdo de la afirmación de Marx.

No se puede negar el enorme influjo que ejerce el factor económico en el desarrollo histórico y en la vida social e individual del hombre; más aún tal factor suele entremezclarse y estar presente aún en acciones realizadas con fines espirituales. Lo que es absolutamente falso es que lo económico y, en general, lo material, sea lo único que mueve la actuación de los hombres, y que la trama "estructural" material de la historia sea la que determina las "superestructuras" o 'ideologías" jurídicas, políticas, estéticas y religiosas. El materialismo histórico de Marx, como su materialismo dialéctico, al querer explicarlo todo por la posesión de los medios de la producción -de la naturaleza o del propietario de los mismos- desconoce la verdadera realidad del hombre, de sus motivaciones y de su historia, y acaba en explicaciones simplistas, violentas, que reducen la compleja realidad del hombre y de su historia a un verdadero lecho de Procusto, que mutila y deforma la realidad de acuerdo a una concepción previa asumida apriori.

La concepción materialista de Freud

Otro tanto sucede con el psicoanálisis de Freud. No se puede negar la enorme influencia que en la vida y conducta del hombre ejerce la libido, esta pasión tan vehemente, que surge en él de su vida y ser animales. El error de Freud, como el de AIarx, reside en pretender explicarlo todo con la libido, desconociendo que en el hombre hay otras pasiones y, sobre todo, que hay otro psiquismo y vida espiritual, que se mueve por otros móviles específicos v propios, que no son "sublimación" o la libido enmascarada -sin negar que en algunos casos pueda darse tal fenómeno-, como son la verdad, la justicia, el amor desinteresado de benevolencia o amistad; y que hay una libertad, fruto del espíritu, capaz de dominar la libido y entregarse a los bienes del espíritu. Si en muchos hombres parecen tener aplicación las teorías freudianas, es porque hay muchos hombres, en qua la vida del espíritu, de sus valores y de su libertad no se han desarrollado y educado o -, en otros términos, se trata de hombres, que habitual y casi exclusivamente viven la vida animal de los sentidos. Pero ello no quiere decir que esos mismos hombres, educados y desarrollados en su vida y aspiraciones espirituales, no puedan dominar la libido y ordenarla por los cauces de las normas morales del espíritu y carezcan en absoluto de una vida espiritual movida por bienes y valores superiores a los de la sexualidad y la materia.

Por lo demás, como en Marx, las explicaciones de Freud para reducir todas las manifestaciones de la vida humana a la sexualidad, resultan, al final, de un simplismo apriorista, que lejos de ser demostrada, supone y se apoyan en la teoría que se quiere demostrar, la cual contraría el testimonio más evidente de nuestra conciencia. ¿Quién es el hombre que alguna vez no ha obrado por motivos enteramente ajenos a la libido?

Es muy fácil subrayar el aspecto económico, sexual, el ansia de poder y otros motivos materiales que puedan intervenir en la vida humana individual y social. Más aún, ya hemos dicho que siempre tiene que haber un aspecto material en la actividad espiritual humana, desde que el hombre no es un ángel metido en un cuerpo, sino un alma espiritual sustancialmente unida al cuerpo, en el cual toda su vida espiritual, en sí misma independiente de la materia, depende constantemente, en razón de su objeto, de la vida psíquica animal, y, por eso mismo, del cuerpo.

Conclusión

Es el único ser dueño de su propia actividad y capaz de de-velar y posesionarse, intencionalmente, de un modo íntimo e inmaterial, del ser propio y ajeno y del mismo Ser de Dios; el único ser capaz de relacionarse con esos seres y con el propio y a la vez el único capaz de relacionarse y poseer por su conocimiento amor a Dios, perfeccionando su propio ser con y esta relación cognoscitiva y amorosa, es el único ser dotado de un alma espiritual y, como tal, incorruptible e inmortal, capaz de sobrevivir para siempre más allá de la muerte, por su espiritualidad que lo constituye en persona, el hombre es el único ser con obligaciones y derechos inalienables que le vienen por su Fin o Bien divino para el que está hecho, y de cuya relación con El emanan las exigencias normativas para su libertad y su conducta para su perfeccionamiento en orden a la posesión de Dios, imperfectamente en la vida presente y plena en la eternidad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario